Mesopotamia; Realeza y Divinidad

Parece indiscutible la relación intrínseca que existía entre el rey y el dios en Mesopotamia.  De la misma forma que el hombre actúa como sombra del dios y asume el papel de hijo, el rey le representa, es decir, el rey es la imagen de dios ante los hombres y actúa en su nombre.

Así pues, en la figura del rey es complicado separar las funciones relacionadas con la administración del estado (como gobernador máximo y juez) de aquellos aspectos relacionados con la religión por lo que a cualquiera de las decisiones que tome se les presupondrá  un origen divino y en consecuencia legítimo. Con este escenario es obvio que era absolutamente inviable concebir ninguna forma de autogobierno mediante reuniones o consejos pues el rey era el único e indiscutible representante en la tierra del poder divino.

Es precisamente por este motivo que el monarca, además de velar por el mantenimiento de una estructura social y administrativa productiva, debe hacerlo de la manera más justa posible, por lo que a finales del tercer milenio aparecen los llamados Códigos del Próximo Oriente, en los que supuestamente los reyes reciben de mano de los dioses el conjunto de normas o leyes que deben regir para organizar estas sociedades.

En el Código de Ur-Nammu vemos cómo los dioses le entregan al rey la vara de medir la justicia mientras que en el Código de Hammurabi se insta al soberano para que haga resplandecer la justicia en la tierra. Estos son dos ejemplos significativos que evidencian la legitimidad del rey como máximo exponente del poder.

Generalmente el rey se hace con el poder bien de forma hereditaria o bien justificando una hazaña pero no presentándose directamente como un dios, pues la divinización de los reyes es un hecho poco popular.

Se conocen dos casos muy concretos de divinizaciones, la de Naram-Shin de Akkad y la de Shulgui. El primero se autodiviniza tras superar una sublevación. Encontramos su imagen representada en una doble dimensión (rey-dios) en la estela conmemorativa de su hazaña, en la que además se puede leer una inscripción que reza “dios de Akkad y rey de las cuatro partes del mundo”. La otra divinización de la que se tiene constancia es la de Shulgui aunque los datos de que se disponen son algo inconexos y no se tiene constancia de ningún acontecimiento concreto que la justifique o represente.

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